En las zonas rurales del interior argentino, la vida cotidiana se caracteriza por la sencillez, el contacto con la naturaleza y la fuerza de la tradición. Sin embargo, también está atravesada por grandes desafíos, principalmente el acceso al agua y las posibilidades de subsistencia.
La caza como tradición
En estos parajes aún persiste la costumbre de salir a cazar. Los pobladores suelen buscar peludos, guazunchos, liebres o matacos. Aunque muchas de estas especies son cada vez más escasas, todavía forman parte de la dieta local, ya sea preparadas en guisos o transformadas en empanadas. La caza no siempre es vista como un pasatiempo, sino como una forma ancestral de complementar la alimentación.
El problema del agua
Uno de los mayores desafíos de la región es el acceso al agua potable. Los pozos suelen dar agua salada o amarga, no apta para el consumo humano. Por eso, las familias dependen de la lluvia para llenar sus depósitos y tachos, o bien de la solidaridad de vecinos que poseen perforaciones con agua más limpia. Aun así, el recurso es limitado y obliga a muchos pobladores a emigrar en busca de mejores condiciones.
Los animales y la vida en comunidad
La mayoría de las familias cría animales como chivos, gallinas y chanchos, que aseguran alimento y sustento económico. Los perros cumplen un rol fundamental: protegen las casas y acompañan en las tareas del campo. La comunidad, aunque pequeña y cada vez más envejecida, se mantiene unida, con lazos de ayuda mutua y trabajo compartido.
El recuerdo del tren y los tiempos de antes
Antiguamente, el tren pasaba por la zona de La Paloma, conectando con Gancedo, Santiago y otras localidades. Era símbolo de trabajo y progreso, con silos de sorgo y una estación activa. Hoy solo quedan los recuerdos de aquella época pujante. La falta de transporte y oportunidades laborales ha provocado que muchos jóvenes se marchen, quedando principalmente personas mayores en los campos.
La riqueza natural
A pesar de las dificultades, la región conserva una riqueza natural destacada. Crecen especies como el itín, los duraznos y las tunas (o sacha, como se les llama en quichua). Estos frutos son parte del paisaje y de la cultura local, demostrando la estrecha relación entre el ser humano y el monte.
Reflexión final
La vida en el campo está llena de contrastes: la tranquilidad, la solidaridad entre vecinos y la fuerza de la tradición se enfrentan día a día a la falta de agua, a la escasez de recursos y al olvido de las políticas públicas. Sin embargo, quienes permanecen en estas tierras mantienen viva una forma de vida que combina esfuerzo, historia y resiliencia.